La Inteligencia Artificial (IA) uno de los temas más discutidos y fascinantes de nuestro tiempo. Aunque pueda parecer un fenómeno moderno, sus orígenes se remontan a los años 50 y 60. Fue en esa época cuando se acuñó el término «inteligencia artificial», aunque por aquel entonces los avances eran modestos comparados con los desarrollos actuales.
En los últimos años, el crecimiento de la IA ha sido vertiginoso, transformando sectores enteros y generando un debate global sobre su impacto y sus implicaciones futuras.
No es la primera vez que una tecnología disruptiva genera un clima de incertidumbre. En los comienzos de Internet, muchos especulaban sobre el modo en que cambiaría nuestras vidas. Se creía que el mundo se transformaría, que las empresas cambiarían y que Internet sería una presencia ubicua.
Treinta años después, todas estas predicciones se han cumplido, aunque el camino que hemos recorrido ha sido bastante diferente al que se preveía entonces. La IA, al igual que Internet, está destinada a cambiar el mundo, pero es probable que lo haga de formas que no podemos imaginar ahora mismo.
Un ejemplo claro de esta imprevisibilidad lo encontramos en la evolución de los dispositivos móviles. Hace algunos años, buscábamos teléfonos cada vez más pequeños y portátiles. Hoy, en cambio, los teléfonos se han convertido en ordenadores de bolsillo, con pantallas cada vez más grandes y capacidades impensables hace dos décadas.
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Quizá el origen de este cambio lo originó en 2007 el lanzamiento del primer iPhone. Cuando Apple transformó su exitoso iPod en un teléfono añadiendo una aplicación que permitía manejarlo como un teléfono, muchas personas se preguntaron qué sentido tenía este cambio, hasta ese momento, todos los teléfonos móviles, eran eso, un teléfono al que en el mejor de los casos se le añadían algunas otras funciones (agenda, cámara de fotos, algún juego…), ¿quién se iba a fiar de una aplicación para algo tan crítico entonces como las comunicaciones telefónicas? Hoy, todos los teléfonos inteligentes siguen esa misma premisa, y es difícil imaginar nuestra vida sin ellos. Esto no significa que todos los cambios tecnológicos tengan éxito, pero cuando lo logran, cuando se convierten en algo más en nuestro día a día, alteran el futuro de una manera que parece inevitable en retrospectiva. La IA tiene alto potencial para causar este tipo de disrupciones. No necesariamente todo lo que estamos viviendo hoy bajo conceptos IA va a ser exitoso aunque hoy nos parezca espectacular, pero es claro que el impacto que la IA tendrá a largo plazo va a cambiar en gran medida nuestra forma de vida.
Sin embargo, el avance de la IA trae consigo preocupaciones legítimas, especialmente en lo que respecta al manejo y la regulación de los datos. A medida que se entrenan modelos de IA cada vez más sofisticados, se utilizan enormes volúmenes de datos que plantean dudas sobre su manejo y seguridad. Por ejemplo, ¿qué sucede cuando llevamos un modelo avanzado de procesamiento de datos a un país con una regulación laxa en protección de datos? Los marcos regulatorios no son los mismos en todos los países, y esto genera incertidumbre sobre la garantía de que los datos no puedan ser utilizados de forma indebida y/o por terceros no deseados. Es inevitable que estas cuestiones generen incertidumbre y preocupación en aquellos que desarrollan y despliegan estas tecnologías para sus negocios.
A estas preocupaciones se suma el hecho de que, en algunos casos, los sistemas de IA pueden ser diseñados para ser creíbles, pero no necesariamente ciertos. Este es un problema que se observa en aplicaciones de IA generativa, que, aunque son útiles, pueden ser una fuente de información inexacta y contribuir a la proliferación de noticias falsas. Esto convierte a la IA en una herramienta que, si bien es poderosa, también plantea desafíos éticos que deben ser abordados con seriedad y nos llevan a la necesaria reflexión sobre la necesidad de educar a la sociedad para este nuevo escenario en el que diferenciar lo cierto de lo falso ha cambiado de forma drástica.
A pesar de su potencial, la aplicación de la IA en el presente es más cotidiana y menos espectacular de lo que podríamos imaginar. Hoy en día, la IA ya se utiliza en innumerables aspectos de la vida diaria, como en los algoritmos que seleccionan nuestros contenidos en redes sociales, en las recomendaciones que recibimos en línea de películas, series, música, compras… incluso en la ruta para llegar en automóvil a un destino en función del tráfico. Estos avances están transformando nuestro entorno de maneras sutiles pero significativas, y anticipar cómo será en tan solo tres años resulta prácticamente imposible.
La IA no solo promete cambiar el futuro; ya está presente en nuestro día a día, moldeando decisiones y experiencias. Como sucedió con Internet, la IA probablemente se convertirá en una presencia omnipresente en nuestra sociedad. Sin embargo, el verdadero alcance de su impacto se verá con el tiempo. Al igual que con otros avances tecnológicos, el reto estará en adaptarnos a los cambios y aprender a manejarlos de forma responsable, para que la IA no solo transforme el mundo, sino que lo haga de una manera que beneficie a la humanidad.
Este post del blog se ha redactado a partir de las declaraciones de Kepa Unzilla, director de Desarrollo de Negocio de Sarenet, a El Correo, publicadas el 3 de octubre de 2024.
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