Tras lanzar nuestro servicio de Fibra Óptica para empresas de Cantabria y Tarragona, continuamos trabajando para…
El otro día dimos un paseo por las instalaciones que Sarenet tiene en el Parque Científico y Tecnológico de Bizkaia, muy cerca de Bilbao, dentro de un encuentro con prensa especializada. Se trataba de la presentación de los resultados y planes de negocio de la compañía (puedes leer los detalles en Computerworld o Cinco Días), pero he de reconocer que para mi gusto lo más interesante fue la amable visita guiada a su Data Center, que conecta a este veterano proveedor a Internet a través del edificio y las instalaciones de Tata, uno de los gigantes mundiales de las comunicaciones.
Si alguna vez te has preguntado a dónde llegarías si siguieras el cable de tu casa u oficina hasta la centralita telefónica la respuesta es que llegarías a un sitio como este. Un anillo de fibra óptica de alta capacidad conecta los cuatro Data Centers similares que tiene Sarenet: dos en el País Vasco, otro en Madrid y otro en Barcelona (y ya hay otro más en construcción). Desde una de estas salas parte bajo tierra la conexión de fibra óptica que llega a la costa.
De ese punto de la costa cantábrica parte el cable submarino TGN-Western Europe, con una capacidad de hasta 200 Tbps (terabits por segundo) que conecta con Gran Bretaña, concretamente con Highbridge (Inglaterra) y desde ahí a Londres como punto principal de paso al resto del mundo. Son estos mimbres los que conectan usuarios con servidores en eso que llamamos «Internet».
En España hay pocos puntos de salida internacional como este que formen parte de la red troncal de Internet; de hecho se pueden contar con los dedos de las manos. La relevancia de estar cerca de uno de ellos y pasar por menos intermediarios tiene que ver con en la latencia o «retardo» en las comunicaciones internacionales, de modo que permite arañar unos cuantos milisegundos a cada conexión. Para leer esta página habrás necesitado 30 o 40 conexiones/peticiones; las hay más elaboradas y pesadas que requieren varios cientos de ellas.
En ese Data Center se alojan cerca de mil servidores de todo tipo de empresas, en gigantescos racks (armarios estándar) que ocupan varias estancias. Lo más interesante fue comprobar cómo los tradicionales servidores dedicados que las empresas alojan (mediante housing o hosting, con máquinas propias o alquiladas, algunas protegidas tras rejas bajo llave) se están transformando en servidores Cloud a una velocidad vertiginosa. De hecho dicen que lo que antes se medía como «servidores por metros cuadrados» ahora se calcula mejor simplemente en «cores» (unos 500 cores físicos por rack) – y a medida que avanza la tecnología un mismo espacio físico puede albergar el 50, 100% o 200% de potencia y capacidad original. El nuevo Data Center lo calculan alrededor de 10.000 cores con más de una decena de racks.
El hecho de pasar a la tecnología Cloud (todos los nuevos Data Centers serán de ese tipo) permite una gestión mucho más sencilla, aunque requiere vigilar muy de cerca los temas de seguridad. Como hemos explicado muchas veces por aquí también permite ahorrar energía: hasta del 40%, lo cual implica menos gasto, menos emisiones contaminantes y menos «factores críticos».
El aspecto energético es bastante impresionante en cualquier Data Center; es un poco como visitar «la sala de máquinas del Titanic» u otra forma de entender que información es igual a energía. Normalmente las instalaciones funcionan con la red eléctrica de la zona (en el Parque de Zamudio es especialmente estable y fiable, por su peculiar ubicación) pero estos sitios han de estar preparado para cualquier contingencia. Por eso una buena parte de las instalaciones son gigantescos generadores diésel de emergencia, unidades de alimentación ininterrumpida (UPS) y monstruosos paneles de controles eléctricos listos para entrar en acción si hay cualquier tipo de caída de tensión accidental.
Todo esto a nivel de comunicaciones y seguridad se combina con soluciones alternativas como son el uso de la red inalámbrica 3G/4G como respaldo en caso de fallo de la fibra (la historia reciente de Internet nos ha enseñado que puede haber señoras con palas bastante peligrosas) además de los diversos sistemas de seguridad: cortafuegos, antivirus y demás. ¿Historias como las de WannaCry? Apenas llegaron a enterarse (en toda la empresa apenas hay Windows excepto en algunos equipos de administración; los técnicos, programadores y demás funcionan todos con MacOS o Linux.) Los servidores utilizan desde hace tiempo unidades de almacenamiento SSD montadas por la propia compañía, con capacidades de 4 TB, en montajes RAID de 10×4 TB que ofrecen unos 32 TB por equipo.
Otro de los aspectos interesantes que comentaron sobre todo esto fueron algunas de sus experiencias en la Internet de las Cosas (IoT), donde cualquier «aparatito», artilugio eléctrico (ej. controles industriales) o sensor acaba conectado a la Red. Las soluciones son diversas y dependen de cada cliente. Entre otras cosas están cuidando especialmente cómo evitar problemas de seguridad separando los «datos» que genera la Internet de las Cosas (IoT) del resto de servidores que un mismo proyecto o empresa tenga en los Data Centers. Mundos cercanos pero separados. Muchos de estos proyectos se desarrollan con un presupuesto del ~4% (cercad de 800.000 euros) que la empresa dedica al I+D y donde participan de un modo u otro unas 20 personas de las más de 85 de la plantilla.
Finalmente nos comentaron una última e interesante actividad que puedes llevar a cabo si te apasiona todo esto y te pilla cerca: acercarte a la playa de Sopelana el próximo lunes 12 de junio. ¿Qué va a suceder allí? Se realizará el first landing o primer amarre del nuevo cable MAREA que conectará Vizcaya con la costa de Virginia (Estados Unidos) a través de 8.000 kilómetros de fibra óptica de última generación. Microsoft, Facebook, Telxius y otras empresas emplearan su capacidad de 160 Tbps para mover tráfico entre Europa y América. Si quieres vivir el momento no hace falta invitación: basta acercarse ese día a la playa y mirar.
Escrito por Álvaro Ibáñez — Este artículo se publicó originalmente en Microsiervos en junio de 2017.
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