El Director General de Sarenet, Jon Arberas, se entrevistó en marzo con Esther Macías, coordinadora…
Llevo tiempo pensando en escribir sobre una persona a la que no conozco pero me hubiera gustado conocer y sin conocerle ya le admiro. Se me hace realmente difícil hilvanar esto con un artículo técnico que promocione sin faltar a la verdad de alguna forma la empresa para la que trabajo, así que me voy a inventar un cuento.
Hace ya muchos años a un niño pequeño le regalaron un libro sobre profesiones con viñetas de Goofy (sí, el mejor amigo de Micky Mouse), donde el bueno de Goofy aparecía representado como policía, carpintero, albañil… Era un bonito juego didáctico para que los peques fuéramos perfilando qué podíamos y queríamos ser de mayores. Ese niño pequeño no tuvo necesidad de llegar al final del libro porque en la cuarta o quinta página llegó a la profesión que le enamoró: «Goofy bombero».
Ayudar a los demás era algo sensacional, qué bonito era dar a cambio de nada, ser un héroe en definitiva. En el fondo era la profesión que Batman, Supermán incluso Super López hubieran elegido si no fuera porque como personajes de cómic alguien ya había decidido por ellos.
Ese niño fue creciendo, se hizo mayor (o eso pensaba él) y llegó ese momento en la vida en que toca decidir qué demonios hacemos con nuestro futuro. Llegó ese momento de frustración en el que uno se da cuenta que no puede ser lo que le hubiera gustado, que hay un montón de condicionamientos económicos, sociales, médicos incluso, que acabaron haciendo de él un, entonces, Licenciado en Informática, lo que algún Decano con complejo de inferioridad renombró como Ingeniero Informático para garantizar un mejor salario de su entonces emergente lobby. Ahí está el mercado para recordarnos lo licenciados que somos.
Sin embargo, en el fondo seguía teniendo esa necesidad de hacer algo por los demás, de ser y no tener, de dar lo mejor de uno mismo. Tenía un plan, a su manera iba a ser un bombero social, quería una familia, no una familia cualquiera sino un plan con el que poder ayudar a todas esas personas con problemas que se cruzaban en su vida.
Durante esos años de experiencia empresarial conoció a un montón de amigos; no eran clientes ni proveedores: con el tiempo uno acaba haciendo buenos amigos. En ese camino conoció una empresa con una seña identitaria, una disposición diferente, un slogan que le cautivaba, eran «Profesionales de la Red«: se caracterizaban por su servicio, era una anomalía en la fuerza, cuando todos externalizaban en Marruecos y Sudamérica, ellos ponían «Ingenieros» al servicio de sus clientes.
Sí, esa empresa era Sarenet y este niño grande quería trabajar con los mejores, con los «Bomberos de la red» y finalmente lo consiguió. Hoy, ese hoy todavía niño, trabaja en el Parque de Bomberos de Sarenet.
Ese niño aprendió que la vida, aunque injusta, no deja de ser maravillosa y todos podemos barnizar de alguna manera nuestro trabajo de aquello que de pequeños anhelábamos: servir a los demás y dar lo mejor de nosotros.
Sí. La vida es injusta y es maravillosa porque está llena de héroes; algunos mini bomberos como el niño del cuento y otras personas como Ignacio Echevarría que sin duda barnizaron su vida de ayuda desinteresada a los demás y que no llevaban un bombero dentro sino un puto superhéroe.
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