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Dicen que el de programador es uno de los trabajos más demandados y con una remuneración media más digna (no diremos alta), pero a cambio, es probablemente uno de los empleos no solo que más formación y concentración requiere, sino que más reciclaje y aprendizaje continuo necesita cuando ya se es un profesional en activo.
Por supuesto, como cualquier empleo, tiende a acarrear una serie de enfermedades profesionales, en especial las relativas al sedentarismo y problemas con la vista o posturales que probablemente ya conozcas como el síndrome de túnel carpiano, codo de tenista, lumbalgias o incluso hernias discales. Pero, ¿conoces también las afecciones no físicas relacionadas con el trabajo de desarrollador?
Existen una serie de síndromes, no tan comúnmente conocidos como los relativos a las afecciones físicas, conocidos como los «síndromes del programador”, aunque me atrevería a decir que son comunes a todos los demás empleos relativos al sector de las TI y que con las que cualquier persona cercana a este ámbito se podrá identificar en mayor o menor medida. Son los siguientes:
Se trata de un fenómeno no catalogado como una enfermedad mental reconocida pero de la que sí existe extensa documentación y estudios al respecto. Este síndrome consiste en no reconocerse a uno mismo el éxito y posicionarse por debajo del resto de compañeros o de profesionales de la rama que consideramos más inteligentes, más habilidosos y, en general, más validos que nosotros, probablemente debido a lo extremadamente amplio y cambiante que es el sector en el que nos vemos.
En resumidas cuentas, el síndrome del impostor nos hace vivir con el miedo constante a ser descubiertos dando una imagen falsa de nosotros mismos intentando demostrar estar al nivel del resto de profesionales que nos rodea.
Es algo que se escucha con frecuencia, normalmente en eventos o charlas del sector entre compañeros, pero fuera del lugar de trabajo diario. Nuestra profesión, en el sentido más amplio de la palabra, suele necesitar de un nivel de exigencia extenuante que normalmente, después de pasar por el síndrome del impostor, acaba dando paso al síndrome del programador auténtico.
Esta afección suele consistir en que, concienciados de lo superiores que son los demás, debemos trabajar muchas más horas de nuestra jornada laboral habitual para mejorar nuestra calidad como desarrolladores. Así, asumimos una ingente cantidad de trabajo que en realidad dista mucho de ser una posición responsable en la que se pueda dedicar el tiempo necesario a cada tarea. Esto se hace especialmente palpable con la misma obsesión en horas de descanso con los proyectos personales.
¿Alguien que se dedique a su tarea profesional en sus días libres es un apasionado por su trabajo o está afectado por este síndrome del programador auténtico? O incluso, ¿alguien que no lo hace es peor profesional? Implícitamente o no, es una creencia muy extendida.
De nuevo, la obsesión por estar siempre a la última y conocerlo todo puede jugar en contra de nuestra salud e ir aparejado a problemas graves.
Otro mal, esta vez de un espectro más amplio, pero también muy relacionado con los anteriores y muy extendido en nuestro sector, es el conocido com
La primera referencia a este síndrome data de 1969 a manos de H.B. Bradley, sobre el caso concreto del estrés sufrido por los agentes de policía de libertad condicional en zonas de mucha delincuencia.
Este síndrome, que se desencadena como una respuesta a estrés constante y sobrecarga laboral, se da especialmente entre los profesionales que soportan largas interacciones con clientes con horarios de trabajo excesivos, como las que se dan en los proyectos de TI. Así, suele acarrear una serie de síntomas como baja realización personal, bajo rendimiento laboral, ansiedad o distanciamiento afectivo, entre otros.
Es habitual confundir el burnout con estrés cuando realmente uno es consecuencia del otro. No obstante, mientras al sufrir de estrés estamos hablando sobre implicación en los problemas o hiperactividad emocional, el burnout tiende a la falta de implicación y a la inactividad emocional.
En cualquier caso, todos estos síndromes, pero en especial el burnout, se tratan de síndromes importantes que, llegados al caso, deberíamos poner en manos de un profesional.
El exceso de trabajo produce trabajo de peor calidad, pero quizá en el trabajo intelectual como los comentados, no sea tan palpable y los efectos adversos tarden más en verse como en otros empleos mecánicos o con más carga física. No obstante, las consecuencias pueden ser de magnitud similar e incluso irreversibles. Se llegan a dar casos muy famosos, como el de los empleados de Electronics Arts, una de las mayores productoras de videojuegos de la historia, que sufrió una demanda en 2004 por parte de sus empleados reclamando las horas extras impagadas, y el juez les dio la razón cuantificando ese importe en 15 millones de dólares.
No es de extrañar que numerosos estudios, como el de la universidad de Stanford, halle diferencias sustanciales en la calidad del código escrito entre programadores con jornadas de 40 horas a la semana, sobre el escrito por otros programadores con jornadas de 60 horas semanales.
Recapitulando, es conveniente saber ponernos en valor, concedernos el descanso necesario, estar al corriente de estas afecciones y de los riesgos a los que estamos expuestos en nuestra actividad diaria y, especialmente, contar con una prevención adecuada.
Muchas veces el simple hecho de ser consciente de la situación, y no dejarnos arrastrar por la dinámica del día a día, puede ser suficiente aviso para darse cuenta de la deriva a la que nos podemos enfrentar de no atajar la situación como es debido.
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