Sabemos que emprender es un reto difícil; conseguir que una empresa salga adelante, genere riqueza…
Ya lo apuntaba Gabriel García Márquez, en un artículo de 1981 en El País, del que tomo prestado el título de este artículo, cuando hablaba del campo como un lugar desconocido para los niños y niñas de su tiempo.
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40 años después, aquellos niños y niñas, hoy personas adultas lo seguimos viendo tan carente de tecnología, de modernidad y avances, que no supone ningún atractivo para nuestras activas vidas digitales, plenas de reuniones, webinars, Netflix y la conectividad que todo ello implica.
El medio rural, los pueblos de toda la vida, el campo, tan despoblado y vacío, sólo nos atrae en un fin de semana plagado de actividades extenuantes, de turismo activo y de Wi-Fi en la casa rural.
Una de las realidades que ha puesto en evidencia esta pandemia ha sido volver la vista al pueblo. Descubrir las ventajas de sus espacios abiertos, limpios y tranquilos. De sus vecinos sin prisas, de sus caminos sin agobios y de sus enormes posibilidades para el teletrabajo. Resulta que la casa del pueblo es más grande que la que tenemos en la ciudad, tiene más luz, más patios, más jardín, disfruta de un ambiente menos contaminado y además se puede mantener una vida más relajada y menos agobiante. Teníamos la naturaleza tan cerca y no lo sabíamos.
Sin embargo, nuestra imprescindible hiperconectividad se resquebraja en cuanto nos trasladamos al pueblo, ya que el medio rural se caracteriza por sufrir una mala conexión a Internet y una floja cobertura móvil y eso resta mucho atractivo a la hora de plantearse una mudanza al campo, siquiera temporal.
A pesar de haber nacido urbanita, tuve la suerte de que el destino me llevase a conocer un pueblo de 250 habitantes, al que le salvó precisamente quedarse aislado de las principales rutas de comunicación hace 150 años. Aquel aislamiento sumió el pueblo en una decadencia y un abandono que supuso la emigración y la pobreza de varias generaciones, pero que preservó su esencia y su aspecto medieval y auténtico hasta hoy, y le ayudó a revivir a finales del siglo XX, precisamente cuando los urbanitas comenzamos a huir de las ciudades hacia el turismo rural.
Cuando empecé a ir al pueblo hace bastantes años, la cobertura móvil era mala, la calidad fluctuaba bastante de un operador a otro, eras afortunado si tenias ADSL y la fibra no existía (y ahora tampoco). Sin embargo, he conseguido desplegar una serie de servicios entre útiles y caprichosos, que me facilitan la vida y me divierten, y que son la prueba de que hay «ciberfuturo» en lo rural.
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Vayamos con algún ejemplo. Como para casi todo en nuestras vidas, necesitamos un mínimo de conectividad y eso se consigue por medio de un radioenlace wimax, que gracias a una pequeña empresa emprendedora en el medio rural es barato y razonablemente estable. Sobre esa conectividad, a través de la señal Wi-Fi de mi casa, tengo instalada una estación meteorológica no profesional, que registra temperaturas, viento, presión, humedad y lluvia caída en el pueblo, y que sirve a los vecinos y visitantes para hablar del tiempo con algo mas de criterio.
Junto a la meteo, hay instalada una webcam que funciona con una tarjeta GSM de datos móviles, que alimentada por una placa solar, graba imágenes de una panorámica privilegiada desde el tejado de mi casa y las almacena en un servidor cloud. Esa información meteorológica y esas imágenes en formato timelapse, que dejan ver las nubes, las nieblas y el sol, se vuelcan en tiempo real en una pagina web pública. Y se abre así una ventana virtual a turistas y lugareños que deseen conectarse a echar un vistazo a su próximo destino o a su pueblo natal.
Por otra parte, esa conectividad, me permite contar con una comodidad añadida. Los inviernos en los pueblos son duros, pero un termostato inteligente, accionado por un enchufe Wi-Fi, permite gestionar en remoto desde la ciudad el encendido de la calefacción y adaptar el confort de la casa para cuando llegues el viernes por la noche, y tienes que apartar la nieve de la entrada.
En el pueblo, además de teletrabajar, hay muchas tareas con las que ocupar el tiempo, y entre otras, la huerta y la apicultura son algunas de mis favoritas. Poder controlar desde la distancia el estado de las colmenas o contemplar el huerto es un atractivo para mi. Para ello, un par de webcams con alimentación solar y conectividad 4G, envían imágenes en tiempo real del apiario, donde puedo ver el movimiento de las abejas, si se ha volado alguna tapa de alguna colmena o si un tejón arriesga la cosecha de miel.
Lo mismo sucede con el huerto, donde además de poder ver si algún vecino me hurta los tomates, compruebo el nivel de humedad de la tierra y decido si acciono el riego automático, también por control remoto desde mi móvil en la ciudad.
En definitiva, aunque podemos albergar la idea de que el ámbito rural es incompatible con nuestra hiperconectada vida, hay numerosos ejemplos de soluciones reales y efectivas que nos pueden hacer mas útil, más amable y más accesible la vida en el pueblo. Los drones en viñedos, la sensórica en los cultivos, las redes LoRa para la agricultura, las granjas inteligentes de vacas o gallinas, y ahora el teletrabajo, son ya realidades en plena naturaleza.
Ya no hace falta esperar hasta la jubilación para disfrutar de las ventajas del pueblo.
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